Otro día más.

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Era un día cualquiera. Me senté solitario y pesimista –como todas las noches- en la barra de un bar, con mi feble cuerpo, a beber un vaso de Whisky con hielo y agua. Era una noche álgida, en un mundo gélido. Sólo quería apaciguar todo el seísmo humano con la bebida eterna y el humo revelador. Súbitamente, vi un movimiento brusco; vi a la gente perturbada; vi a los vasos escurriéndose – menos el mío, me aferraba a él- ; vi al local como si estuviera en alta mar; era casi igual a mis tinieblas, ésas que provocan óbitos inexplicables. Levanté mi vaso, lo empiné, lo dirigí hacia mi boca, me lo bebí al seco y seguí con lo mío... ¿Qué más da?, hasta las edificaciones más inquebrantables se evaporan.

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